jueves, 1 de enero de 2015

APARTADO TERCERO

APARTADO TERCERO.

          Se terminaba el anterior apartado diciendo que, para cualquier creyente, este primer trance; agridulce, nos puede servir de ejemplo en nuestra propia conducta. Es, posiblemente, el primer momento de su vida, como dato constatable y no ofrece duda, en que podemos ver como imagen viva de confianza en el Creador. Él le dice que haga eso y ella no se acuerda de otra cosa que de ese Mandamiento, sin importarle la fama, calumnia; conducta de José, o la propia vida.
          No dijo al mensajero Divino: “Espera, voy a consultarlo y mañana vuelves para darte una contestación satisfactoria para ambas partes porque… comprenderás que, una responsabilidad así, no se puede tomar a la ligera”, por ejemplo.
          También se nos muestra con esa fe, inquebrantable, que: “Será tal y como le han dicho”.
          Pero, ¿Cómo realizó el viaje de regreso a su pueblo natal, Nazaret, por cuanto ya no podría ocultar su situación? Se puede deducir que, aunque José la visitase en calidad de prometido; lo normal en toda pareja de novios, ella no le adelanta nada, quizás pensando primero en hablar con sus padres. Un servidor la ve tranquila y confiada en cuanto el camino a seguir sobre el mandato Divino, pero otra vez nos advierte el Evangelio que Dios no es “el arregla todo”, que nosotros deseamos que sea, o convertirle en parche a nuestros problemas y males.
Que dejó a María intentar arreglar el rompecabezas que pudiera derivarse con José, su ya casi marido, y sólo interviene cuando las fuerzas de ella no son bastantes para solucionar el conflicto.   
Pasemos por alto las posibles escenas y diálogos de la pareja que, en breve, debería contraer nupcias, diciendo que, si nos fijamos en las dificultades de cualquiera de los miembros de un matrimonio, o noviazgo; para María debió suponer una durísima rampa la desconfianza de José por cuanto, lo sabemos, quería repudiarla en secreto. Al fin y al cabo, había pasado una buena temporada en otro lugar donde también existían hombres y, si bien, como también hemos apuntado; iría a cortejar con ella, no dejaba de ser un largo periplo para cualquier joven varón que ve, que la que va a ser su esposa, viene preñada.
Ella, la madre del Hijo de Dios, tenida por...¡Aunque sólo fuera de pensamiento, dado que él no quería decir una palabra con el fin de que la lapidasen, era el castigo al adulterio entre lo judíos...María lo debió pasar muy mal! ¡No hay cosa que más le duela a una mujer, que ese trato! Me refiero a una mujer, no a una cualquiera de ésas que nos viene en la “tele”, o revistas “del corazón”; “la cual se jacta de sus distintos amoríos”, por tratar con cierta discreción este tema, que ha tenido con éste o aquél, a cambio de una “exclusiva” y su correspondiente suma de dinero.
De ello que, en este tratado, hayamos comenzado colocando a María en ese estado de plena confianza en el Padre Eterno. ¡Cuántas veces Dios nos propone cosas a realizar, sencillas, complejas; o extraordinarias, como es este caso, y nosotros, con nuestra cobardía; a pesar de que también empleemos el eufemismo de comodidad, rehusamos con estas o parecidas palabras!
“Es que yo no sirvo para eso...soy tan poca cosa...vale más que recemos a Dios y que Él lo resuelva. Al fin y al cabo, Él puede con todo”.
¡Naturalmente que puede! ¡Hasta venir a este mundo nuestro sin la ayuda de María para llevarle en su vientre! ¿No se sacó de la nada el Universo, incluidos Adán y Eva? Pero Lucas nos afirma que Jesús: “Era igual a nosotros, los humanos, menos en el pecado". Luego Cristo quiso nacer de mujer, al igual que los miles de millones que hemos nacido ya, o nacerán a medida que las generaciones futuras se sucedan.
De ahora en adelante, desvelado para José el misterio de la Encarnación, éste debió convertirse en confidente, consejero, dentro de lo que pudiera; protector y...¡qué sabemos!, de la Madre. De manera que ya juntos como marido y mujer, emprender un camino que sólo los locos valientes por una causa son capaces de recorrer. Vamos a sondear, dentro de lo que a nuestra mente le sea concedido comprender, este itinerario en la vida de esta maravillosa pareja.
José, a pesar de que nada nos consta, debió distar mucho de ese venerable anciano, calva incluida, además del resto del cabello canoso; las no menos luengas y respetables barbas, más casi apoyado en un bastón para poder caminar, fruto de la imaginería popular. Ella, esa imaginería, ansiosa de convertirse en custodia de la virginidad de la Madre, nos arroja a un José achacoso o, como aquel que dice, apto para un carasol; cenar unas sopas de ajo, dado lo delicado de su salud, derivado de su provecta edad.
Sin ir más lejos, cada artista del pincel, o de la estatua, nos arrojan piezas magistrales, placer para la vista el contemplarlos; pero muy lejos de la realidad, habiéndolos a millares por todas partes, esencialmente en iglesias, o también en los cientos de miles de belenes que adornan nuestros hogares para celebrar la Navidad de cada año. ¿Acaso Dios le había pedido la virginidad a María, a cambio de...una especie de contrato mercantil?
“Oye, María, vas a ser la madre de mi Hijo, pero...¿Qué van a decir los demás de mi reputación? Debes cuidar de mi honra y fama, ¿Sabes?” ¿...?
Por tanto, siguiendo lo que ya constituye un dogma de fe, rogando que se recuerde mi definición sobre la misma, ¡Es la propia María la que ofrece esto porque ya no desea tener más hijos! ¡Está desbordada con El que le habían anunciado! Pero, como ya se ha comentado, no era una determinación unilateral. De ahí, de ese pequeño e insignificante pormenor, deduzco su gran poder de convicción. Porque sí, el Altísimo aclara a su prometido la forma en que ha quedado grávida; pero el otro problema, el de la mutua convivencia, ya casados, que no es asunto baladí, ¡Lo deberían resolver entre ellos!
Como personas que, en equipo, tienen que buscar su propia santificación individual a través del esfuerzo personal e intransferible. Aquí no cabe a un Creador diciendo: “Bueno, con lo que le sobra a ésta, dándole un poco al otro, podemos arreglar el tejado de los dos”.
Y convencer a un varón, joven y fuerte, siendo ella; por añadidura, una mujer de toma pan y moja...¡No está al alcance de todos! ¿O es que María no tenía los atributos propios de cualquier hembra? ¿No llevaría su abultado vientre, de embarazada, como cualquier otra mujer? ¿Es que no comía, dormía, menstruaba y demás necesidades de la existencia en la Tierra? ¿José tampoco comía, calzaba, etc.? ¡Caray, cuánto favoritismo! ¡Así cualquiera!
Adán y Eva también vienen inmaculados, o sin pecado de origen, y no vamos a discutir ahora si fueron creados adultos, o pequeños al igual que nosotros. Tampoco entramos, no es le momento, en los razonamientos del darvinismo en cuanto al origen del humano: Que provenimos de los póngidos africanos, aparte de la interminable lista de posibles ascendientes. Esta cuestión se estudia en tratado sobre la famosa evolución, pudiéndose comprobar que es bastante dudosa esta teoría. Sólo diremos que, si fuera cierto este fenómeno, a la evolución habría que traspasarle todos los atributos con que distinguimos al Creador: Omnisciencia, Omnipotencia, etc.
Pero leemos que: “Dios creó al humano a su imagen y semejanza”. Es decir, con una mente reflexiva, la cual actúa de forma poliédrica y simultánea a la vez; inteligencia ésta de la que carece el resto de flora y fauna. Los animales no tienen voluntad, el humano sí. En consecuencia, ellos actúan por instinto; mientras que nosotros tenemos consciencia del bien y del mal.
Se deduce de esto, por tanto, que Adán y Eva son creados en las mismas condiciones que María: Inmaculados. ¿Qué ocurrió con ellos, con los tres? Pues que los primeros, en aras a su voluntad, libremente dicen no a los planes del Todopoderoso; mientras que la Madre dice sí a los mismos. Pero un “sí” que, desde que tiene uso de razón; es decir, desde que llega a la edad necesaria para distinguir entre el bien y el mal, la transporta hasta el día del tránsito junto al Padre.
Esto viene a confirmar lo ya reiterado de su capacidad de esfuerzo, de lucha por conservar su fe, además de la inestimable ayuda del Altísimo. Pero ayuda que todos recibimos, dado que, si no fuera así; deberíamos pensar en un Dios caprichoso, injusto y cruel. Un Dios favorecedor de unos y detractor de otros.
He conversado sobre el celibato con hombres y mujeres, religiosos y religiosas; asegurándome unos y otras que no constituye mayor problema que el que los demás queramos darle. No obstante, unos y otras, con el fin de salvaguardar sus respectivos votos; se apartan de todo aquello que pueda perturbarles, incluidos los conventos, nunca comunes entre sí. O como dice el refrán: “Entre santa y santo, pared de cal y canto”.
María y José, no importa en qué orden les pongamos, la próxima puede ser al revés, ¡Eran matrimonio que compartía vida en común! Ella en plena hermosura de mujer joven y José...pues también, ya se me entiende. Pero añadamos que no constituye pecado las relaciones sexuales de pareja en matrimonio, elevado a Sacramento por el mismo Cristo, con el fin de perpetuar la especie. Por causa de esta “nimia cuestión”, hacemos hincapié en ella. Porque debió resultar muy complicado para estos colosos del amor mantener su compromiso con Dios. También, por lo mismo, se ha dicho que emprendieron un camino de locos, locos de amor y agradecimiento a su Creador, por el inmenso favor de hacerles custodios del futuro Redentor.
Son de sobras conocidas y, por consiguiente, no vamos a entrar en materia sobre las dos palancas con que contaba María: Su fe y poder de oración, además de meditación; a lo que habrá que agregar su afán por el estudio de todo lo relacionado con su creencia. Ahí tenemos a Santa Teresa de Jesús, San Pablo; Santo Tomás de Aquino, San Agustín y un larguísimo etcétera.
Pero así como la fe es un don del Altísimo, el resto es un ejercicio que robustece el espíritu para, a su vez, “recibir más fe”; rogando que se me permita el subjetivismo por cuanto el vocablo “fe” ya es objetivo en sí y, aunque se puede robustecer, ya no puede crecer. Algo así como muscular nuestros brazos con la gimnasia, pero que no se hacen más largos por eso. Debido a este símil, recordemos que María fue una auténtica atleta de la fe. Porque todo el tiempo de su existencia fue oración, lectura y reflexión, del mismo modo que Cristo es Eucaristía. Él tenía visión directa de Dios; ella FE: “Demostración de no poder demostrar una cosa científicamente”, hemos dicho ya.
Si durante el embarazo y diálogos con José, sus padres, sus parientes más cercanos, Zacarías, Isabel y algún otro que no nos cita el Evangelio; una vez conocida la verdad del mismo, ya le vinieron asuntos espinosos a resolver, ¡La primera y gran sacudida, cual ciclón casi devastador, le llegaba a la Madre precisamente con el nacimiento de Jesús y los vertiginosos acontecimientos que rodearon al suceso!
Nuevamente se ve desbordada por las luces y sombras del Creador. Si le habían anunciado que: “Sería grande”, ¿A qué buscar un rincón, el que fuera, para que viniera a la sociedad? Supone otra nueva aventura, en esa escalada de la montaña, que supone María.
¿Sabía ella que Jesús debería nacer en Belén y no en otra ciudad, por ejemplo en el mismo Nazaret? En mi modesta opinión, estoy completamente seguro de que sí. Bástenos recordarlo comentado hasta este punto en nuestro trabajo, para darnos cuenta que ella, desde muy pequeña, estaba en contacto permanente con las Escrituras. Entre los judíos, una de las más peliagudas cuestiones a resolver sobre el Mesías era, precisamente, el lugar exacto donde debería nacer.
¿No nos peleamos nosotros por el lugar donde vino al mundo Cristóbal Colón, o cómo fue la existencia de Homero, verbigracia? ¿Y vamos a comparar a estos personajes, por muy famosos que sean dentro de la Historia, con Jesús? Para cualquier ciudad, o pueblo de Judea, constituía un inenarrable orgullo ser la cuna del Anunciado por los profetas.        
Por otra parte, quien tenía que empadronarse y obedecer al edicto imperial era José; cabeza visible de aquella familia a los ojos humanos. Con lo cual, y debido al avanzado estado de gestación de María, supongo que no le hubiera costado ningún impedimento, insalvable, disculparla ante las autoridades con el fin de que no llevara a cabo tan incómodo viaje, teniendo en cuenta que la distancia entre ambas ciudades oscila sobre los 75 kms. En consecuencia, un legajo firmado, más bien sellado por alguna autoridad nazaretana, era más que suficiente. Eso en el caso de que ella debiera acompañar a su marido, persona que sí tenía la obligación de empadronarse por descender de la casa de David.
¿Qué nos hace pensar esto? ¡Pues que la Madre, bien a través del propio Zacarías, bien por algún otro entendido en la Escritura de su lugar de nacimiento; o por convencimiento propio de haberlo leído trescientas mil veces, sabía perfectamente dónde debería nacer el Anunciado por los profetas. ¡Y prosigue ese “sí”! Hacia allí encamina sus pasos sin hacer preguntas, ni poner pegas. Se nos presenta, de nuevo, con ese poder de decisión, de capacidad para el esfuerzo y sacrificio; más su inquebrantable fe en el Señor.
De no ser así, parecería ridículo, aunque hiciera el viaje en asno; al menos para recorrer esos 75 K., da igual el sexo del animal, emprender un viaje de varios días, con sus noches, en una persona tan reflexiva y que medía sus pasos al milímetro. Es inconsiderado con ella pensar otra cosa.

No hay comentarios: