jueves, 1 de enero de 2015

APARTADO SEGUNDO

VISITA A SU PRIMA ISABEL:
      Dicen que los grandes místicos son personas sumamente activas y con un gran poder de convicción para arrastrar, tras sus huellas, a otros seres. Una casi interminable lista de ellos avala esta teoría. Sin ir más lejos, ahí tenemos el caso de Teresa de Calcuta, mujer incansable en el esfuerzo por los más necesitados y que se las tuvo a raya con los poderes, tanto políticos como económicos, en defensa de sus tesis. Cuando aparece la terrible enfermedad del “SIDA”, mientras unos y otros se enzarzan en los pros y contras del modo de contraer dicha enfermedad, ella está pensando en el primer hospital para curar a este tipo de enfermos.
          Pero volviendo a este trabajo, desde muchos ámbitos mariólogos, se apunta a que María fue la gran impulsora de los cristianos en los primeros y difíciles momentos, a pesar de que no aparece por ninguna parte. Lo propio que en los relatos evangélicos, salvo cuando tiene que pedir que Jesús haga su primer milagro en una boda, o siguiendo los terribles acontecimientos del martirio de su hijo, cosa que no hay que poner en duda por cuanto ninguna madre, en su sano juicio, sería capaz de permanecer impasible.
          De este poder de decisión, nace el traslado hacia las montañas, a fin de visitar a su pariente, Isabel. Al igual que ahora, a pesar de los excelentes medios de locomoción de que disponemos, no era fácil emprender viaje para una joven y bella mujer. Esa literatura, o psicología del sexo, ha existido desde siempre y, del mismo modo que en estos tiempos, el “donjuanismo”; también conocido por machismo y otros sinónimos de mujeriego, era y sigue siendo habitual y María no llevaba un sello en la frente que la señalara como la intocable por ser la elegida de Dios.
Por tanto, es muy lógico suponer que debió realizar el desplazamiento en compañía de alguna caravana de confianza, o a través de un medio que le ofreciera las máximas garantías.
Era consciente de su debilidad frente a un fornido soldado romano, o a un salteador que le saliera al paso y, ¿por qué no? al clásico violador, también presente en todos los estamentos de cualquier sociedad. Nuestras damas, aun disponiendo de magnífico alumbrado en las calles, procuran no deambular por las poco transitadas. Las gentes, con gran poder de reflexión, miden muy bien sus pasos, sin que esto suponga óbice, u obstáculo, para retraerles de la decisión tomada. Ese es el punto donde nos debemos apoyar para pensar que la Madre debió tomar sus precauciones, a fin de emprender el camino.
¿Cuál era el motivo de este viaje? A través del contexto evangélico, se pueden sacar varias conclusiones, más o menos verosímiles, sin rozar el hondo significado y el mensaje que nos quiere transmitir. Como en este pequeño esbozo, nos fijamos en María, ser humano, tenemos un dato, nimio si se quiere; pero que, a mi entender, pudo ser muy elocuente y que nos arrojará algo de luz sobre el mismo. Era eso, una mujer en plena edad fértil. Iremos viendo, poco a poco, sus características personales. Sin embargo, nos quedamos con esto por el momento: era una hembra joven y atractiva.
Como ya hemos comentado, las horas que prosiguieron a su embarazo debieron ser terriblemente caóticas para ella. Su mente era un torbellino de ideas, preguntas e ilusiones que iban y venían sin orden ni control. Una noticia, de aquella magnitud, turba al más pintado ya que la mente humana jamás podrá comprender la Divina en toda su plenitud y permítaseme la pedantería de hacer esta pregunta: ¿Será la Eternidad para esto? ¿Será la dicha, en tiempo inacabable, para intentar entender quién es el Altísimo de verdad? ¿...? Nos explican que Fe es creer lo que no se ve.
Yo sugeriría trocarla por esta otra: La afirmación más rotunda de no poder demostrar una cosa. Por tanto, cabría suponer que, o la Trinidad tiene mente finita y al alcance de cualquiera, o que, en el colmo de liberalidad, dotó a María de un cerebro también infinito en inteligencia. Y, si eso fuera así, carecería de valor el esfuerzo de la Madre para conseguir su propia santificación. Si era una Diosa, ¿Para qué?
¿Es que a Isabel nadie le iba a ayudar en su parto? ¿No tenía a Zacarías por marido? ¿Y un sacerdote de aquellos tiempos no tendría criados de ambos sexos? ¿Estaba sin ningún familiar y sin vecinas que la podrían ayudar? Cuando María se entera, ella ya llevaba varios meses en estado de gestación. Además, por los datos evangélicos y los numerosísimos testimonios que poseemos, la Madre no gozaba precisamente de afán de protagonismo. Con toda sinceridad, me inclino a pensar que María necesitaba tres cosas: explayarse, sosegar ese torbellino de pensamientos juveniles y aconsejarse.
No por estas suposiciones, se le niega el gran servicio que pudo prestar a su pariente en los delicados meses que toda mujer gestante debe soportar. Eso yo no se lo niego. Es de ver cómo nuestras mujeres, las que nos rodean, rodean, y valga la redundancia, a la embarazada y hacen causa común con ella, habiéndolas que hasta sienten envidia, a pesar de haber dado a luz en varias ocasiones.
Y, a la formidable salutación con aquel piropazo, ¡Ya no puede aguantar más y arranca con ese canto maravilloso de júbilo, alabanza y gracias al Todopoderoso; donde, además, descarga toda la adrenalina y emoción, acumuladas durante el tiempo que medió entre su “fíat” y ese instante! ¿Pudo decírselo a sus progenitores, temerosos de Dios?
¡Naturalmente que sí, siempre y cuando fuera una gravidez normal, aun teniendo que soportar una terrible bronca por ser antes de su matrimonio! Lo primero que hace una mujer encinta, sobre todo si es primeriza, es comunicarlo al esposo y a su madre, o especialmente a ésta última y pedir cuantos consejos pueda recabar.
Pero, ante un hecho de aquella transcendencia, sólo puede servirle de confidente otra mujer “tocada de igual modo” por el Todopoderoso, aunque sin llegar a tanto ya que Juan vino al mundo por vía normal y no por obra del Espíritu. El Evangelio nos dice que, tanto Zacarías como Isabel ya no eran jóvenes, sino todo lo contrario.
De donde cabe suponer que, si la madre del Bautista había sido estéril hasta entonces y “se hallaba en estado avanzado de edad”, era posible que ya no menstruara, o cercana a que le llegara la menopausia; pero, aun a pesar de todo, tiene a su hijo, según mandamiento natural de cohabitación con su marido. Solamente Cristo, según dogma de fe, viene a la vida sin contacto sexual de hombre y mujer. ¡María no, ella fue concebida como cualquiera de nosotros!
Sobre el tiempo de existencia de la Madre entre nosotros se pueden sacar, al igual que hacen en sus escaladas los alpinistas, muchas facetas. Hubiese constituido un verdadero regalo el haber podido grabar las conversaciones de las dos mujeres que nos ocupan durante el tiempo que estuvieron juntas porque, mientras una ya contaba días para estar cumplida, la otra haría lo propio; pero con los días semanas, o meses, que llevaba de embarazo, tal cual lo hacen desde que la Humanidad comenzó su andadura. Por ejemplo, en nuestros días se juntan dos y una dice:
“Para tal fecha, estaré cumplida.
“Pues a mí  me falta tanto tiempo- Replica la otra y es lo más natural del mundo.
Un grave error, por parte de muchos creyentes, es pensar en un Dios, “zapatero remendón”, de fácil milagrería y manipulable para que nos solvente nuestros problemas materiales de cada día...”Dios mío, que mi hijo se cure”...¡Y a los demás que les den morcilla! Ella, María, sabe que no. Que sí, le echará una mano donde sus fuerzas no lleguen, pero nada más.
De ahí que, además de explayarse con su pariente sobre tan feliz evento; necesitase retirarse para reflexionar sobre la gran decisión tomada. Pero, sobre todo, aconsejarse de aquel experimentado matrimonio, mucho más preparado que ella, tan joven todavía. ¿Quién mejor que ellos, “también favorecidos” por el Altísimo con otro portento casi similar al suyo?
Allí, entre personas que le entendían, se desahogaría con toda naturalidad y sin tener que disimular su enorme alegría e ilusión. Y preguntaría a Isabel los mil y un problemas de las gestantes, poniendo a prueba la capacidad de paciencia de la ya próxima madre. He visto a muchas mujeres, encinta, que; cada niño que se les cruza en el camino, en especial si es de pañales, sólo tienen ojos para él. En su mente, cada uno de esos pequeñuelos es el posible retrato del que ella lleva en su seno.
También es cierto, y no hay que ocultarlo, que, cuando nace Juan, María debió gozar con él en brazos, tal y como hacen todas. ¡Y no digamos nada de cuando le arrullaba, limpiaba, cambiaba sus pañales, etc.! Cuando se les realizan estas delicadas tareas para su saneamiento, parece que estas criaturillas se van a partir en dos, especialmente a los varones.
Por tanto, María, cuando lavaba los pañales, planchaba; hacía la comida y un sinfín de tareas domésticas, se miraría y tocaría su regazo ya que, allí dentro, había otra vida; embrionaria todavía, a decir de los expertos; pero vida plena y que, según ella calculaba, ya no faltaba mucho para que fuera igual que el que tenía en sus brazos, o dormía en su cuna.
“Amarás a Dios sobre todas las cosas”, nos dicen los Mandamientos de la Ley. Otro punto de reflexión. Ella lo sabía y, debido a ello, ése debió ser, desde mi punto de vista, el motivo por el que no se negase, diciendo “no, lo siento” a la petición Divina; ni pensara, en aquel momento, en las comprometedoras consecuencias que le podría acarrear tal compromiso y valga la redundancia.
¿Qué diría José, su prometido? ¿Cómo reaccionaría? Nosotros lo sabemos a través del Evangelio, pero ella no. ¿Y si le enviase un recado, a través de esos parientes, también agraciados y, entre los tres, aclararle lo sucedido? ¿Y sus padres, familiares, amistades, vecinos y los propios entendidos de Nazaret, cuando apareciera en la sinagoga? ¿Se creerían que era, de verdad, la elegida para ser madre del Mesías, si se les contaba? ¿En qué cabeza humana cabe tener un hijo de esa forma? ¿Nos imaginamos un posible diálogo entre las dos gestantes?
”Las escrituras y profetas hablaban de ello, ¿Qué hago, querida prima?
“¿Y tú, siendo...me pides a mí consejo?”
“Pues alguien lo tiene que hacer”
“¿Por qué no esperamos y que Zacarías nos eche una mano? Él es sacerdote del templo y quizás...
Para cualquier creyente, este primer y amargo trance de la Madre, nos puede servir de ejemplo en ese hipotético diálogo entre las dos primas, repito. Ya la tenemos como la gran abandonada en los brazos del Creador. Tiene tanta fe, que confía plenamente en que el Omnipotente la sacará de apuros, si ella no es capaz.
“Te pueden suceder muchas cosas- Le hubiésemos dicho nosotros, de haber vivido en aquellos tiempos.
Bueno”- Nos respondería.
“Te pueden lapidar.
“Qué le vamos a hacer. Si es la voluntad del Señor...
“Quizás, con mucha suerte, tu prometido, un buen chico, se case contigo por compasión.
“¿Y qué? Dios me ha pedido que haga esto y ya sabéis cuál es el Primer Mandamiento. Amarle sobre todas las cosas, incluida la vida, la fama y lo que venga: desaprecio, calumnia; malos tratos, abandono por parte de José”...
A lo largo del Evangelio, sin tener en cuenta si lo narra uno u otro; nos da igual cualquiera de los cuatro, iremos viendo ese desconcertante abandono de la Madre en el Creador. Esa fe inquebrantable, que la llevará a las más altas cimas de la santidad, jamás alcanzada por ningún otro ser humano. Jesús, por su condición, no entra en esta cuestión, a pesar de que fue humano también, cosa muy a tener en cuenta.

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